miércoles, 8 de diciembre de 2010

El Taj Mahal - India

No hay historias de amor más bellas que aquéllas que lo representan como algo eterno, capaz de traspasar las fronteras del tiempo, de la vida y de la muerte. El amor eterno es algo que nos subyuga, que nos arranca los mejores sentimientos y la nostalgia de conseguir quien así nos ame. Es un arrebatador torbellino interno que nos impulsa a gritar en silencio y al mismo tiempo a callar gritando, a reir con él pero al mismo tiempo, a llorar con él.



Oir en la soledad de una habitación con luces tenues una canción de amor desgarrado; leer una novela en un apartado lugar bajo la sombra de un olmo, o simplemente, disfrutar viendo una película en la compañía adecuada. Son formas de vivir y llegar hasta ese sentimiento letal. Pero las novelas, las canciones o las películas son cosas tangibles, son palabras capaces de expresarnos aquéllo que una vez su autor sintió. ¿Os imagináis expresar ese complejo y abstracto término "amor" sin palabras, sin gestos, sin sonidos? Eso es lo que consigue el Taj Mahal.

Nos transmite dolor, pero mucho amor. Nos transmite soledad, pero también nos acompaña. Nos transmite penas, pero también muchas alegrías. Y lo hace sin una palabra. Sólo con la mística energía y la fuerza que desprende la pureza de su mármol blanco. Porque el Taj Mahal es puro amor eterno y quien ha estado frente a él lo ha sentido, no en sus propias carnes, como se suele decir, sino en su alma.

Sentado en el bellísimo jardín que hay al pie del magnífico monumento pude rememorar su historia...



... Sha Jahan paseaba por un bazar cuando en uno de los puestos vio a una joven de la que se enamoró perdidamente. Arjumand irradiaba belleza, pero el joven, impresionado, fue incapaz de abrir la boca y decirle cuanto había sentido al verla. Hubieron de pasar cinco años, un matrimonio y dos hijos, pero sus recuerdos y aquella mirada penetrante le martilleaba el corazón desde aquel día en el bazar. Al fin, Sha Jahan se decidió y la buscó.

Iniciaron así una relación perseguida por su progenitor, el emperador. Sin embargo, con el paso del tiempo demostraron su amor, y la joven se ganó el favor del padre de Sha Jahan. Al fin, consintieron en su matrimonio y la chica, Arjumand pasó a ser conocida como Mumtaz Mahal, la "Elegida de Palacio". El amor de ambos parecía no tener límites. Se adoraban y lo demostraban a cada momento. No se separaban y vivían siempre pensando el uno en el otro. Mientras ella le acompañaba en cada campaña militar en la que participaba el joven, él no dejaba de hacerle regalos y cuidarla en cada descanso de sus batallas. Y en esa situación, y tras la muerte del emperador, Jehangir, Sha Jahan accedió al trono.

Frente a mí, en el banco en el que me encontraba sentado, con la mirada perdida en el tiempo pero fija en las transparentes aguas del estanque de aquel jardín, el Taj Mahal parecía susurrarme al oído aquella historia...

... la desgracia no tardaría en llegar. Doce hijos habían tenido ya, y el amor era aún más fuerte que el primer día. Estando en el campo de batalla de Burhanpur, fue avisado de que el decimotercer parto de su mujer se había complicado. Desesperado lo dejó todo y corrió a su encuentro. Sin embargo, nada pudieron hacer los doctores por salvarla. Arjumand, su amada Mumtaz Mahal, falleció al dar a luz a su hijo.

Corría el año 1630 y todo cambió en la vida del Emperador. Quedó vacía para siempre, y sólo y abatido se encerró en el Fuerte Rojo que se levantaba en la orilla del río Yamuna. Allí pasó los últimos años de su vida, pero antes ordenó que al otro lado del río se construyera un mausoleo para su amada que perdurara en el tiempo, como muestra de su amor eterno. Abandonado por todos, despojado por sus sucesores de su propio reino, pasaba cada día mirando por las ventanas del Fuerte cómo piedra a piedra iban construyendo la morada eterna de Arjumand. Dieciocho años más tarde, ya finalizado el Taj Mahal, en el 1648, los restos de Mumtaz Mahal fueron trasladados al Mausoleo.

Años después, cuando Sha Jahan murió, también fue enterrado en el Taj Mahal, donde al fin, ambos pudieron descansar unidos para siempre...

Con la cabeza gacha, con el corazón encogido, y con las lágrimas a punto de saltar, me levanté de aquel banco y continué mi visita.

http://sobreindia.com/2008/08/14/taj-mahal-y-el-amor-eterno

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